¿Puede la IA hacer arte?
Por: Harald Willenbrock
La pregunta de si la IA puede crear verdadero arte es sumamente polémica y la respuesta depende de la perspectiva que se toma. ¿Ha de observarse quién es el o los propietarios de los derechos? ¿O las piezas de arte deben evaluarse según el efecto que con capaces de crear? El especialista en prospectiva Bernd Flessner valora el arte de la Inteligencia Artificial en relación con el público. “Si para los receptores que observan un cuadro, escuchan una pieza musical o leen un libro, si para ellos la obra dice algo, entonces es arte sin importar en absoluto cómo surgió”, piensa el científico de Erlangen. En consecuencia, un algoritmo podría operar de modo tan creador como un ser humano.
También para el neurocientífico Bethge las máquinas ya cumplen hoy con los criterios clásicos de la creatividad humana. “La forma moderna de la IA acumula experiencias, analiza estructuras, se separa del pasado y sobre esa base crea algo nuevo, sorprendente. El hombre creador no hace otra cosa”.
Exactamente eso hizo un software de IA llamado AlphaGo en una memorable competencia en 2016. En la partida final contra el entonces mejor jugador humano del juego de estrategia chino go, la IA artificial realizó una jugada que según los especialistas jamás habría elegido ningún jugador humano. Lo que los espectadores que seguían en vivo por Youtube la partida hombre vs. máquina juzgaron a primera vista como una importante equivocación se reveló pronto como una jugada genial que decidió el encuentro claramente en favor de la máquina y que sorprendió completamente a los espectadores.
Uno de ellos era el matemático Marcus du Sautoy. “En ese momento me di cuenta de que había asistido a un cambio de fase que tendría consecuencias en mi propio mundo creador”, dice el científico, que enseña en la Universidad de Oxford y escribió el libro The Creativity Code sobre la IA y la creatividad. Allí Du Sautoy plantea cómo el arte, la literatura y la música generados por IA pueden abrir nuevas dimensiones, porque pueden captar los datos, procesarlos y combinarlos en una formación nueva de modo más rápido e integral que un ser humano. Curiosamente, el Aprendizaje Automático puede usarse incluso para hacer que artefactos maquinales causen una impresión más humana. Así, el colectivo francés Obvious, que estuvo detrás del retrato del ficticio Edmund de Belamy, puso a trabajar dos algoritmos uno contra el otro: uno, llamado Generator, fue cargado con quince mil retratos del siglo XIV al siglo XX, a partir de los cuales se generaban permanentemente nuevos retratos; el otro, llamado Discriminator, tenía la tarea de rechazar aquellos retratos que parecían haber sido generados por una máquina. En el caso de Edmund de Belamy, Generator superó en astucia a su oponente, Discriminator no reconoció la pintura generada artificialmente.
LA CUESTIÓN DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL
Aunque el software está cada vez más cerca de los artistas en el plano de la realización, le falta, sin embargo, toda consciencia de los factores sociales, emocionales o interpersonales y así un impulso principal del quehacer creativo. Visto desde un punto de vista sociológico, el software es una especie de cruce entre espejo ciego y especialista con anteojeras. Pues por más impresionante que sea su capacidad de llevar en muy poco tiempo hasta sus límites a cualquier disciplina digitalizada, el software es ingenuo respecto a todo lo que ocurre a su alrededor.
Por el momemto, opina Du Sautoy, ese es todavía uno de los grilletes creativos de la IA artística: “Los seres humanos podemos remitirnos a tesoros de datos visuales, acústicos y escritos y combinarlos de manera sorprendente. La IA se basa en cantidades de datos muy limitadas:” En otras palabras: si bien las máquinas pueden analizar y procesar cantidades gigantescas de datos y procesarlos, su fantasía nunca irá más lejos que el set de datos con que se las haya cargado. No establece relaciones transversales con otros ámbitos de la vida y la experiencia.
Así se plantea la pregunta de quién es el autor del arte generado por IA: ¿el software, los programadores o los codificadores que lo alimentaron con datos y le dieron una tarea? ¿Y qué pasa con los autores de la música, los dibujos o las novelas con las que se alimentó a la máquina?
Después del precio récord que alcanzo Edmond de Belamy esta cuestión se volvió muy concreta. Pues toda la ganancia fue a parar a manos del colectivo Obvious, que quería que su trabajo fuera reconocido como un señalamiento “de los paralelismos que hay entre la programación de un algoritmo y la pericia que define el trabajo y el estilo de un artista”. Esto produjo el enojo de Robbie Barat, el artista y desarrollador estadounidense que había puesto en la red el algoritmo como código abierto, es decir para su uso libre, y que no obtuvo nada por Edmond de Belamy al igual que los miles de dibujantes y pintores cuyas obras fueron el sustrato que se había vertido en el Generador de Edmond de Belamy.
En este caso, la IA demuestra ser una hendija a través de la cual la luz ilumina el concepto humano de arte. Pues la pregunta de quién realmente ha creado una canción exitosa, un cuadro valioso o un bestseller tiene la misma validez para los artistas humanos. Y así el arte respaldado o generado por IA es relevante porque plantea de modo novedoso la antiquísima controversia de quién o qué es artista. Puede que la IA sea un espejo ciego, pero es uno en el que nos reconocemos un poco mejor y eso ya es arte.
Fuente: Extracto publicado en Goethe